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martes, 28 de septiembre de 2010

El consumismo: la gran amenaza de nuestra especie

Escrito por Luis Tamayo
 
En la sociedad moderna, la de la competencia abierta y despiadada, la neoliberal y de “libre mercado”, esa donde la indiferencia respecto al malestar del otro y donde la solidaridad y la cooperación brillan por su ausencia, el consumismo ha asentado sus fueros.
El consumismo no sólo es la consecuencia, es el requisito indispensable del neoliberalismo depredador. El consumismo es una de las maneras principales de la relación impropia con el mundo: el consumismo deshumaniza a las personas al hacer depender su valor —e incluso su identidad— de la adquisición de los productos artificialmente anhelados. Al concebir al mundo como ajeno, el hombre moderno se permite depredarlo sin piedad: al obligar a masas enormes de personas a sumarse al enloquecido patrón de adquisición de productos más o menos inútiles ocasiona agotamiento de recursos naturales.
Por tal razón no podemos, como consumidores, sino implementar una serie de acciones para defendernos de los efectos del depredador consumismo.

Boicot a las empresas ecocidas

Si pretendemos contar con un ambiente limpio es menester evitar adquirir los productos de las empresas gravemente contaminantes: las que elaboran sustancias tóxicas (innumerables productos químicos, asbestos, pinturas con plomo), los de la industria metal mecánica, la del unicel, la minera y curtidora, la militar, la cementera, la productora de pilas, las biotecnológicas (productoras de herbicidas, pesticidas y Organismos Genéticamente Modificados), la petrolera, la papelera, la agroindustrial (entre muchas otras). Comprar los productos de las grandes empresas ecocidas es hacernos cómplices de su depredación. La fuerza que poseemos los consumidores organizados es enorme. Solo es menester despertarla.

Promoción del transporte comunitario

El automóvil unipersonal, lo más común en el Occidente moderno, es dañino desde todo punto de vista: en su proceso de construcción se generan incontables contaminantes, derrocha combustible, es la principal causa de muerte de nuestros jóvenes y, una vez terminada su vida útil constituye basura muy difícil de reciclar. Nuestro mundo funcionaría mejor si el modo de transportarse fuese comunitario y de preferencia mediante trenes y bicicletas.

Evitar comprar en Supermercados y optar por los locales pequeños

Como todos sabemos, habitamos en un mundo de Corporaciones transnacionales. Las grandes corporaciones comerciales constituyen gigantes que depredan la economía de los países en los cuales se asientan, acaban con el comercio local y explotan a los pueblos. No conocen el “comercio justo”, sólo les interesa la ganancia y externalizan todos los problemas que pueden. Y además no se responsabilizan por sus desechos. Corporaciones que fomentan el consumismo y dominan la conciencia de las masas. Las corporaciones pueden degradar el ambiente, maltratar a los trabajadores e incluso quebrar, sin que a sus dueños se les pueda responsabilizar por sus actos y, a pesar de las demandas en su contra, sin afectar realmente a los que invirtieron en ellas. Cada vez que compramos en las grandes transnacionales comerciales, su “ropa de marca” u otros artículos de “compañías reconocidas”, mandamos nuestro dinero a esos capitales corporativos y se lo quitamos a la economía local, en su enorme mayoría conformada por micro o pequeñas empresas. Es muy triste notar que en todo el tercer mundo las empresas nacionales quiebran mientras que las corporaciones transnacionales crecen imparables.
El afán de convertir a los países en desarrollo en maquiladores de las patentes de otros está haciéndoles perder el impulso para intentar hacer las cosas a su modo y con sus recursos. Es siempre más sencillo no pensar y repetir la manera como otro (una corporación) ya lo resolvió… aunque, a la larga, eso es mucho más caro y peligroso pues genera una dependencia que puede llegar a ser absoluta.
En la medida en que le hacemos el juego a las corporaciones adquiriendo sus productos y fascinándonos por las necesidades creadas por ellas, somos partícipes de la misma locura social y cómplices, con ellas, de nuestra degradación y de la de nuestro ambiente.
Es menester detenerse antes de comprar cualquier producto y pensar no sólo si realmente lo necesitamos sino también de que está compuesto, con que está envuelto y qué haremos al final con el envase. Los basureros muy pronto no serán opción y no se aprecia que, al menos en el tercer mundo, los gobiernos sean capaces de exigir a las grandes transnacionales una extensión de su responsabilidad como productores (y, en consecuencia, se hagan cargo de sus productos y envases usados). Si no podemos reciclar los desechos que generará el producto a adquirir, sinceramente y como nos ha enseñado Virginia Espino de Setzer, más nos vale no comprarlo.

Evitar la comida chatarra y la “fast food”


Nuestro mundo ha sido invadido por la comida chatarra y la “rápida”. Nuestros niños son rápidamente dominados por la propaganda de las corporaciones y obligan a sus padres a comprarles productos de pésimo valor nutricional y, en algunos casos, elaborados con transgénicos. La comida rápida es pieza clave de una humanidad que ha perdido el placer de la comida pausada, de la sobremesa y la convivencia y del gozo de vivir que conllevan. El negocio de la hamburguesa, tal como nos enseñó Paul Ariés (Les fils de MacDo, Paris, 1997), que tanto se ha expandido recientemente en el mundo, no sólo ha fomentado el consumo de un producto que sólo enferma a los humanos (la grasosa hamburguesa) sino que, como nos enseñó Antonio Sarmiento, el ganado vacuno que su confección exige consume cantidades enormes de granos (fomentando así la destrucción de los bosques y selvas) y es responsable del 25 por ciento de los gases de efecto invernadero que se vierten a la atmósfera. Las vacas vierten más gases de efecto invernadero que ¡todos los autos de la tierra! Deberían saber eso los adictos a las hamburguesas.

La suciedad de los productos de limpieza

Los mass media no dejan de espetarnos al rostro que debemos mantener “limpia y olorosa” nuestra casa y, para lograrlo, nos invitan a adquirir productos químicos, en la mayoría de los casos, no sólo caros sino terriblemente dañinos para el medioambiente. Los ftalatos responsables del “aroma” de tales productos no sólo dañan a los animales sino también a los humanos. El cloro y otros productos utilizados para “limpiar” las casas son verdaderos asesinos de ecosistemas. Afortunadamente existen productos, antiguos (vinagre, bicarbonato, etc.) y modernos (bioamigables) que son capaces de desinfectar nuestras casas sin dañar al medioambiente.

Los productos suntuarios

La humanidad moderna acumula objetos suntuarios: del oro a los diamantes, de las pieles a las especies exóticas, de las mansiones a los autos de lujo. Los grandes millonarios no sólo depredan y conminan a otros a depredar al mundo, se hacen esclavos de sus posesiones. Pero no sólo los millonarios caen en el juego de la adquisición de los productos raros y suntuarios, también las clases medias y hasta los pobres pagan cifras estratosféricas para poseer el cuero de animales asesinados (no son otra cosa las “pieles”), las piedras (pues no son otra cosa los diamantes, esmeraldas y rubíes). Hay personas que son capaces incluso de matar para poseer alguna de esas piedrecitas… no demasiado diferentes de otras y en muchos casos no más bonitas. Tales productos le dan sentido a su existencia, los hacen “sentirse más” y, por ello son “invaluables”.
En ocasiones parece que la estupidez humana no tiene límites. El consumismo es su prueba más fehaciente y, a la vez, porta una gran verdad: el ser humano moderno y neoliberal desconoce el sentido de su existencia.


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